Una ministra con carácter frente a la arrabalización social
Por: Luis González Fabra
Faride Raful ha cometido un pecado imperdonable: atreverse a hacer cumplir la ley en el ámbito de sus funciones. Sus antecesores en el Ministerio de Interior y Policía no se atrevieron. El miedo se lo impidió. No quisieron perjudicar su capital político. Ella sí lo hizo. Y sigue haciéndolo, porque tiene la valentía y el coraje de cumplir con su deber. La mayoría aplaude y aprueba su gestión pública. No es un secreto: el fenómeno de la arrabalización de la conducta social debe ser detenido antes de que nos ahogue a todos, incluidos quienes lo practican, lo apoyan y lo financian.
A Faride le han dicho de todo. Han intentado, usando métodos viles, penetrar en su vida privada con mentiras fabricadas mediante inteligencia artificial, porque de la otra, la natural, carecen. No se han atrevido a acusarla de robo ni de malversación de fondos públicos. Su hoja de servicios en el Congreso Nacional es impecable. Por eso han tenido que revolcarse en la sentina de su miseria moral para injuriar a una mujer con un valor cívico que pocos políticos han demostrado.
Son detractores mediocres que actúan desde la sombra de la mentira, en la oscuridad de la maldad. No dan la cara. Mandan a otros. Pagan, con el fruto de sus ilegalidades, el estiércol que pretenden lanzar sobre Faride para disminuirla, reducirla, ridiculizar su legítima autoridad. Pero se equivocan. Con la frente en alto y animada por un espíritu democrático, ella emerge como una funcionaria capaz, consciente de que está aplicando la ley en beneficio de millones de dominicanos asediados por la contaminación sónica, el jolgorio, el gallerismo, el consumo desbordado de alcohol, las apuestas, los dados, la distribución de drogas y mucho más, todo envuelto en música estridente que muchas veces sirve más para ocultar que para alegrar. Atemoriza. Nadie se queja. El miedo es parte del ambiente. Si hablas, «sabes lo que te pasa».
Quieren reinar en tierra de nadie, donde la ley no los alcance. Los visibles del negocio son apenas el frente; los verdaderos dueños, los que mueven los hilos, buscan desmoralizarla, forzarla a renunciar. Se equivocan. La creen una improvisada. No lo es. Se ha preparado para ejercer la política. Tiene un carácter forjado en un hogar de padres sin dobleces, duros en la crianza, firmes en la formación.
Faride cuenta también con una amplia proporción de ciudadanos sensatos que respaldan su gestión y observan con satisfacción cómo una mujer hace cumplir la ley en beneficio del bien común, aunque la difamen y presionen para que sea permisiva, indolente e irresponsable, que es, precisamente, lo que nunca lograrán.
El presidente Luis Abinader sabía muy bien lo que hacía al firmar el decreto que designó a Faride Raful ministra de Interior y Policía. Seguramente no faltó quien le advirtiera que los policías, por su formación tradicional, tendrían dificultades para obedecer a una mujer. Falso. Los policías, desde el rango más alto hasta el más bajo, son respetuosos de la jerarquía, especialmente cuando quien dirige tiene don de mando, respeta las leyes y no se presta a favoritismos ni permite abusos.
Un cuerpo disciplinado respeta la jerarquía, lo que fortalece la autoridad, sin importar el género. Si la jefatura, como en este caso, recae en una mujer de carácter firme y sólida formación, la disciplina refuerza el respeto hacia ella como líder, sin lugar para prejuicios ni sesgos.
Junto al actual director de la Policía Nacional, Faride Raful está haciendo un gran esfuerzo por disciplinar y ordenar las actividades festivas en los barrios, de modo que el buen vivir y el respeto mutuo se impongan como norma de convivencia. Así, será posible alcanzar una mejor calidad de vida y fortalecer la unidad familiar.
Y quienes intentan desviar a la ministra de ese propósito están arando en el mar. Se estrellarán contra las rocas.